En estos tiempos de crisis profunda, amnesia colectiva, manipulación histórica y miseria intelectual televisiva, parecen todos los analistas y tertulieros pasar por alto que esta constitución primero se aprobó por referéndum adquiriendo así su legitimidad y proporcionando al pueblo una paz política y social ejemplar hasta hoy (con sus imperfecciones).
La próxima reforma constitucional dictada por las instituciones europeas (la famosa regla de oro) a nuestros “lideres” políticos y gobernantes (en el limbo de una campaña electoral exprés), sin consultar previamente al pueblo supone abrir la caja de Pandora y prepara un caldo de cultivo peligroso de deslegitimación de los poderes del Estado y la desobediencia civil. En dos palabras, se abren las puertas a próximas revueltas y descomposición del Estado por sus costuras plurinacionales. Lo que queda de este Estado se va desvaneciendo ante nuestros ojos por una violación sistemática de la constitución (los desahucios violan aquel artículo sobre el derecho a una vivienda digna) por parte de las propias instituciones, pero sobretodo de su espíritu federador y popular al no consultar al pueblo ignorando su soberanía.
Ya es pública y notoria la mediocridad de una “clase” política más preocupada por su carrera política que por asuntos tan triviales como el interés general, los derechos de los ciudadanos (a menudo considerados como obstáculos o problemas), o simplemente la moralidad de la acción política. Cuando uno escucha un discurso político del bando que sea, no puede evitarse una cierta sensación de frustración (enfado), de no haber oído nada interesante en relación a las preocupaciones ciudadanas. Los discursos son formulas estereotipadas concebidas para que la “plebe” entienda poco, o nada, que pueden significar una cosa y su contrario y que esconden en general bajas intenciones. Sería interesante en este sentido elaborar un glosario de fórmulas y eufemismos del discurso político para apercibirse de la comicidad de algunas de ellas. La situación es tal que cuando se hace una reforma cualquiera, en general no se cambia casi nada salvo la formulación.
Considero que lo más preocupante es esa sensación de vacío de poder, de impotencia por constatar que la democracia se nos está escapando, que ya no funciona porque los partidos institucionales se rigen por la misma ortodoxia mercantil. Esta sumisión a unos mercados financieros tan omnipotentes como irresponsables es una declaración de impotencia de los políticos y una rendición total frente a los poderes económicos. Es decir, el fin de todo aquello que da razón de ser a una democracia y a un Estado con vocación de servicio público y de reparto de riquezas en una sociedad avanzada.
La reforma constitucional prometida pretende inscribir en mármol que “nunca mais” vuelva a haber déficit en las cuentas públicas. Muchos suscribiríamos esto pero sería olvidar de forma algo precipitada o malintencionada el contexto y las razones de este déficit. No volveré aquí a repetir la secuencia que lleva de una deuda privada inasumible por una burbuja inmobiliaria promovida desde el sistema financiero y monetario (intereses raquíticos del BCE y de la FED) a un déficit incontrolable y a una deuda publica impagable, pero si quisiera advertir que las intenciones de los gobiernos para alcanzar el equilibrio presupuestario no pasan por aumentar los ingresos subiendo impuestos a los más ricos y a la banca o regulando el sistema financiero sino más bien todo lo contrario. Ya lo han advertido los diferentes responsables políticos como Salgado en la SER o Cameron para quién “este gobierno no estimulara políticas antibanca”. En Francia la contribución “excepcional” de las grandes fortunas es poco más que cosmética ya que representara unos 200 millones de euros en un presupuesto total de 300.000 millones y una deuda de 2 billones de euros. Bettencourt (L’Oreal), Bernard Arnault (LVMH) o Gérard Mulliez (Alcampo, Decathlon, Bonduelle…) tienen fortunas que superan los 15.000 millones de euros, por lo que podemos estar tranquilos porque esta gente siga conservando su rango en las clasificaciones mundiales de Forbes sobre las grandes fortunas.
No, el equilibrio fiscal vendrá más bien por otro lado. Por el lado de los recortes en educación, justicia, sanidad y en moderaciones salariales injustificables (la reciente eliminación de la limitación a dos años de los contratos temporales) en un país donde reina el mileurismo (y mucho menos) y en que los servicios públicos salen más baratos de la OCDE en proporción al PIB. También se venderán y espoliaran bienes y servicios públicos que todos ayudamos a construir con nuestros impuestos. Los mercados pueden estar tranquilos con nuestros futuros presidentes pues ya les han rendido pleitesía (ni se toca a la banca en los discursos de ambos aspirantes), previo paso para que sus campañas sean subvencionadas.
En caso de que hubiera referéndum, no hay que hacerse ilusiones. Con mucha probabilidad se aprobaría la reforma porque tenemos al pueblo más dócil y manipulable del mundo como muestran esos 5 millones de parados (46% de paro juvenil) y muchos más millones de precarios que conviven pacíficamente en estas santas tierras. Y sin embargo hay razones para el cabreo, para mucho cabreo...